lunes, 30 de diciembre de 2013

Una tarde distinta



Habíamos acordado que aquella tarde iríamos a un club de intercambio. Era mi primera experiencia y estaba nerviosa; mucho más porque no íbamos de igual a igual, sino como Amo y sumisa; al mismo tiempo que impaciente por vivirlo. Por fin llegamos al local. Estaba oscuro, una barra central y varias mesas rodeadas de confortables sillones, alrededor de ésta.

Me llevó de la mano hasta uno de los rincones más lejanos de la barra. Nos sentamos, pedimos unas copas y empezamos a charlar. Hacía días que no nos veíamos y habían pasado muchas cosas desde la última vez, así que teníamos mucho que decirnos y comentar. Después de una hora de ponernos al día, empezamos con nuestra forma de comunicación favorita para momentos como aquéllos: hablando de sexo, de lo que nos apetecía hacernos mutuamente, de lo que habíamos imaginado durante nuestra leve separación, de cómo habíamos jugado con nuestros cuerpos por separado pero pensando siempre ambos en el otro y en lo que nos estaría haciendo si estuviéramos juntos… como siempre la charla fue subiendo más y más de tono y nos fuimos calentando.

Apenas sin darnos cuenta ya estábamos besándonos, tocándonos y acariciándonos, si bien transcurridos unos minutos caí en la cuenta de que no estábamos solos, no dejando de sorprenderme el hecho de que ello no me importaba lo más mínimo, es más, me ponía muchísimo pensar que alguno de los presentes estuviera observándonos y más aún si se excitaba con lo que veía.

X acariciaba mi cuerpo con la premura del deseo contenido, yo comía sus labios con ansia y fruición, mucho más en el momento en que detuvo sus manos en mi pecho y se entretuvo durante un buen rato en jugar con mis pezones, pellizcándolos y aprisionándolos entre sus dedos como sólo él sabía hacerlo. Acto seguido introdujo su mano por debajo de mi falda y sonrió al darse cuenta de que como siempre que nos veíamos, y sabiendo lo mucho que le gustaba eso, yo no llevaba nada debajo.

Empezó a acariciarme despacio, de forma casi imperceptible, disfrutando al observar los movimientos de mis caderas intentando acercarme más y más a su mano, mientras que traviesamente, él la apartaba un poco y me acariciaba aún más ligeramente.

Por fin decidió sacar mis pechos por encima del top negro que los oprimía, sus dientes atacaron mis pezones mientras una de sus manos magreaba mis pechos, y los dedos de la otra mano… esos dedos apuffffffff…. empezaron a jugar de verdad con mi clítoris, presionándolo y torturándolo de la manera que sabe que me vuelve loca. Fue justo en ese momento cuando habiendo olvidado de nuevo que estábamos en un lugar público, una voz grave y profunda me hizo recordarlo de repente.

Nos detuvimos y miramos hacia la voz. Pertenecía a un hombre alto, fuerte, canoso… no era guapo pero sí interesante y presumía (digo presumía porque era perfectamente consciente de ello) de una mirada penetrante de lo más sexy. 

Repitió sus palabras “os apetece compañía?” y esperó de pie la respuesta. Yo, tal y como habíamos pactado, permanecí en silencio dejándome guiar por mi acompañante, en la seguridad de que en todo momento decidiría lo más adecuado y apetecible para mí… era tanto lo que me conocía, que no tenía dudas de que se ocuparía de que esa noche fuera inolvidable…

Respondió afirmativamente al hombre, el cual haciendo gala de una exquisita educación se presentó a ambos. Después de los saludos de rigor, se sentó junto a mí y empezamos a charlar de temas intrascendentes mientras, como por descuido, X seguía acariciándome aunque de forma mucho más ligera que minutos antes.

De repente, sin saber cómo habían llegado a ello, me ví envuelta en una conversación sobre sexo, estaban pactando condiciones y acordando lo que iba a suceder minutos más tarde. Ahí sí que empecé a ponerme nerviosa y me dí cuenta de que ya no tenía escapatoria y, mucho mejor aún, no me apetecía nada de nada escapar.

Yo escuchaba azorada a mi acompañante explicarle a nuestro anónimo desconocido, a quien llamaremos Juan, mis preferencias en la cama, qué es lo que más me gusta, qué me disgusta, cómo hay que hacer las cosas para que lo que no me acaba de gustar termine gustándome, en fin, todas las intimidades que habíamos descubierto durante nuestra ya larga relación, ante lo cual Juan, con toda naturalidad, asentía interesado y hacía algunas preguntas pidiendo matizaciones.

Por mi parte, a ratos me sentía halagada por el evidente interés de ambos en hacerme disfrutar, a ratos me sentía una muñeca sin voluntad sin desagradarme del todo esa postura, aunque mucho menos me desagradó en el momento en que, como descuidadamente, Juan apoyó una de sus grandes manos en mi muslo y empezó a acariciarlo moviendo sus dedos circularmente.

A partir de ahí todo se desató, no me pregunteis cómo, pero en un instante tenía la sensación de que mil manos recorrían todo mi cuerpo, la lengua de X en mi boca, otra lengua danzando a lo largo de mi yugular… abrí mis piernas para facilitarles el camino a sus cuatro manos, olvidé definitivamente todo lo que nos rodeaba, me relajé por primera vez en toda la noche y me dispuse a gozar.

Después de jugar un rato en los sillones, la situación empezó a hacerse incómoda por la falta de movilidad y de opciones posturales, así que X decidió que había llegado el momento de cambiar de escenario, comentó algo a Juan, me hizo levantarme y nos dirigimos a la parte posterior del local, entrando en uno de los reservados que allí habían.

Ambos se giraron hacia mí, me desnudaron con infinito cuidado, me guiaron hacia el colchón y empezaron a besarme incrementando sus caricias. Juan fue descendiendo hasta situar su rostro justo entre mis piernas, introdujo dos dedos en mi coño y empezó a trabajarlo con tremenda maestría mientras lamía y succionaba mi clítoris haciéndome gemir y retorcerme como una gata, mientras mi X sonreía al ver mi mirada anhelante y decidía finalmente colocar su enorme polla entre mis labios permitiéndome jugar con mi lengua antes de introducirla en mi boca, la cual empezó a follarme primero poco a poco, después con todo su ímpetu, mientras pellizcaba y estiraba mis pezones haciendo caso omiso de mis quejidos y acallándolos con su miembro.

Cuando ya me habían dado dos orgasmos de esta forma, cambiamos de posición, X me colocó a cuatro patas sobre el colchón y Juan se colocó ante mi rostro. El primero empezó a taladrarme sin más preámbulos y la polla de Juan ocupó el sitio ahora libre en mi boca. Imaginaba como estaría disfrutando mi hombre viéndome comer aquel enorme rabo y eso me hacía mojarme más aún, mientras él comentaba lo zorra que llegaba a ser y lo mucho que eso le gustaba. 

El ambiente estaba caldeado, subía la temperatura por momentos. Transcurrieron varios minutos hasta que llegó el instante en que nuestros gemidos se acrecentaron. Ambos empezaron a musitar frases calientes, mi X sacaba por completo su polla de mi coño y la volvía a introducir cada vez más rápido, Juan presionaba mi cabeza para meter su pene más y más en mi boca. Era evidente que ambos estaban a punto de darme su premio, les faltaba muy poco para correrse y esa sensación me hacía sentir tan deseada, tan guarra, que empecé a devorar lo que tenía en la boca con auténtica fruición y a mover las caderas desesperadamente hasta conseguir que nos corriéramos los tres a la vez en una sinfonía de placer y goce sin fin.


Ya más relajados nos estiramos, ellos empezaron a charlar tranquilamente, mientras se tomaban una copa y me elogiaban, y yo, como perra agradecida y siguiendo las órdenes de X, procedí a limpiarles sus penes con mi lengua, al tiempo que emitía suaves ronroneos de placer que les hacían sonreir, mientras mi Amo repetía una y otra vez lo puta que soy y lo orgulloso que estaba de mí... y yo me ponía de nuevo cachonda sabiendo que me lo recompensaría después a solas dándome lo que más me gustaba... y así lo hizo, pero esa es otra historia y merece ser contada en otra ocasión.

Anastasia ©

03.08.2007

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