lunes, 30 de diciembre de 2013

El primer encuentro

Se conocían hacía ya algún tiempo. Decenas de conversaciones, algún encuentro visual a través de la cam, y poco a poco se fue haciendo con él. Su confianza en ella era absoluta, su entrega total, llevaba semanas esperando que le propusiera una primera cita, y ella se regodeaba en su ansiedad, disfrutándola y enseñándole también a gozarla, posponiendo ese momento mágico y prolongando su deseo. Finalmente su paciencia fue premiada y ella fijó una fecha, una hora y un lugar.

- Señora, por fin! Mil gracias, no imagina cómo deseaba que llegara este momento- No, no lo imagino, pero espero que sepas demostrarme tu agradecimiento y no desperdicies esta oportunidad.

Le había citado a las 6 de la tarde en la puerta de un céntrico hotel de la ciudad. Exactamente a esa hora, le llamó por teléfono y le preguntó si había llegado.

- Por supuesto, Señora, estoy aquí esperándola- Entra en el hotel, pide la llave de la habitación 114, sube y espera instrucciones

Él, nervioso como creía que nunca había estado y temeroso a la vez porque algo pudiera salir mal, porque no fuera lo que ella esperaba de él, obedeció, pidió la llave y subió a aquella habitación usando las escaleras para deleitarse durante más tiempo con su propia excitación. Entró e inmediatamente se percató de la caja que había sobre la cama. Se acercó despacio, era una caja de tamaño medio ni muy grande ni muy pequeña, con ninguna marca o señal que delatara su contenido. Aumentó su agitación, el nudo que tenía en el estómago amenazaba con impedirle respirar, deseaba abrir esa caja, necesitaba descubrir lo que le aguardaba, pero sabía que no podía hacerlo. No, si ella no se lo ordenaba.

Transcurrían los minutos y las prometidas instrucciones no llegaban. Mil pensamientos atravesaban su mente a toda velocidad. Intentaba apartar de ella las inquietudes que le atenazaban y dar espacio sólo al deseo de entregarle su voluntad, pero no lo conseguía. Era incapaz de no pensar en un posible fracaso; en la posibilidad de que el feeling que había existido hasta el momento desapareciera cuando por primera vez se encontraran sus miradas y se vieran frente a frente. También podría ser que cometiera algún error que ella no estuviera dispuesta a admitir ni corregir. No, eso no ocurriría, se dijo con convicción, la conocía demasiado bien como para fallar ahora. Sabía lo que ella quería y esperaba de él, y él iba a dárselo para que pudiera sentirse orgullosa de su perrito. Le había dedicado demasiado de su precioso tiempo como para que él no supiera agradecerlo y demostrarle que su dedicación había dado su fruto… pero el teléfono seguía en silencio.

De repente, su estridente sonido le despertó de sus divagaciones. Respondió afónico por la tensión, carraspeó avergonzado,

- Señora, dígame- Estás nervioso, perrito - Mucho, Señora- Te has depilado?- Por supuesto, Señora- Abre la caja y ponte lo que encontrarás en ella. Hazlo despacio y sensualmente, como si lo hicieras para mí. Disfruta el tacto de la tela, su sonido al recorrer tu piel. Cuando hayas terminado, dirígete al último piso y llama al timbre de la puerta de servicio de la suite presidencial.- Sí, Señora

Dejó el teléfono sobre la mesilla de noche y se sirvió un poco de agua de la botella que había en ella. Bebió varios tragos cortos, intentando relajarse, y se empezó a desnudar con precipitación. Inmediatamente se dio cuenta de su error, no era así como ella lo quería. Continuó desvistiéndose ahora muy lentamente, primero una pieza, después otra, entreteniéndose en doblar cada una de ellas dejándolas sobre la cama, sin dejar de mirar de reojo aquel misterioso embalaje.

Una vez se hubo desnudado acercó sus manos a la caja, la acarició y deshizo el lazo que la precintaba. Suelto éste quitó la tapa y la depositó sobre la cama, apartó el papel que cubría su contenido y empezó a extraer las ropas que escondía. En ese momento intentó discernir mentalmente el orden en el que a su Dueña le gustaría que se vistiera y procedió a seguirlo.

Se fue vistiendo muy despacio, con movimientos calculadamente sensuales. Mientras la ropa y sus manos descendían poco a poco sobre su piel, notó como su cuerpo respondía a las caricias e intentó pensar en otra cosa, ella no había dicho que le quisiera excitado, pero le resultaba muy difícil contenerse. Continuó poniéndose aquel uniforme intentando no rozar sus zonas más erógenas, pero sin dejar de disfrutar del momento, tal y como ella le había ordenado, hasta que finalizó su tarea. 

Se acercó al espejo y se sorprendió gratamente al descubrir que le gustaba lo que veía reflejado en él. Su excitación volvió a hacerse evidente y en esta ocasión se permitió disfrutarla unos instantes antes de detenerla. Acabó de colocar adecuadamente los complementos que quedaban en la caja, respiró hondo y balanceándose ligeramente, salió del cuarto en dirección al ascensor.

Empezó a recorrer la moqueta que cubría el pasillo, intentando mantenerse sobre los zapatos de tacón, cuando vió a una pareja venir hacia él. Por un momento temió sentirse avergonzado, pero al recordar que se había vestido así por su dueña se sintió lleno de orgullo, levantó la cabeza y continuó su camino. Se cruzó con ellos sin inmutarse y entró en el ascensor.

Nuevamente un espejo le devolvió su imagen y nuevamente se sorprendió al agradarle lo que veía. Realmente el uniforme de asistenta era muy sexy. El vestido escotadísimo, dejaba entrever el encaje del sostén con relleno. La falda todo lo corta que podía ser para no llamarse cinturón, permitía lucir el liguero ostentosamente. Los zapatos de altísimos tacones le plantearían algún problema por la falta de costumbre, pero esperaba hacerse con ellos en poco tiempo. Al conjunto no le faltaba ni un detalle, se complementaba con una cofia, un delantal y unos guantes, todo ello de un blanco impoluto, que contrastaba con el negro del vestido y las medias.

Mientras se observaba en el espejo e intentaba contener la erección que nuevamente amenazaba con producirse, llegó al último piso. Salió del ascensor, buscó la suite presidencial y llegó a la puerta de servicio. Se atusó la falda y llamó al timbre.

Instantes después se abrió la puerta y, por fin, la vio. Preciosa, con un vestido negro hasta los pies, impresionante escote y una maravillosa sonrisa en el rostro.

- Buenas noches, perrito- Mi Señora… buenas noches- Estás espectacular- Gracias Señora, Vd. También- Sígueme, cariño

La siguió al interior de la suite y llegaron a la cocina. Ella se giró, acarició su cabeza y empezó a explicarle lo que esperaba de él:

- Esta noche doy una cena para una amiga. Es dómina y tal vez venga con su perrita. Quiero que la atiendas y la sirvas como la mejor criada. Hemos hablado mucho sobre el trato y las formas, espero que no olvides ningún detalle y me hagas sentir orgullosa de tí. Si lo consigues, te premiaré usándote y prestándote a ella. Está claro, perrito?- Perfectamente mi Señora

Justo en ese momento sonó el timbre de la puerta principal. Ella le miró arqueando una ceja y él se dirigió inmediatamente a abrirla. Ante ella se encontró a dos mujeres, una de ellas muy alta, de constitución fuerte, imponente mirada y cabello negro. La otra, de menor estatura y volumen, rubia, de ojos claros que miraban al suelo. La Señora entró en primer lugar, le tiró su chaqueta a la cara y se dirigió feliz a saludar a su amiga y anfitriona. 

Después de intercambiar los cumplidos de rigor, la visitante se fijó en él

- Nena, y esto?- Mi perrito, hoy nos va a servir la cena- Mmmmmh estupenda idea, déjame verlo bien- Pedro, acércate y saluda como debes

El, obediente, se acercó a ellas y se inclinó ante la invitada. Ella, aprovechando la posición, le rodeó y se puso tras él.

Hermoso culito para azotar, nena, has elegido bien –dijo, mientras acariciaba las nalgas de Pedro-Será tuyo si lo deseas, querida -respondió Anas con una sonrisa-

La invitada siguió acariciando el culo del perrito para pasar después a inspeccionarlo detenidamente. Separó las nalgas e introdujo un dedo en el ano. Pedro, sorprendido, se sobresaltó.

- Uy, uy, este perrito se sobresalta fácilmente, no crees que tendría que acostumbrarse a tener el culito lleno?- Pues sí querida amiga, pienso que tienes toda la razón, pero pasa al salón, no te quedes ahí. Síguenos Pedro.

Una vez en el salón, Anas desapareció y Pedro pudo observar como la invitada llevaba a su sumisa hasta un rincón y le ordenaba que se acomodara en el suelo.

Instantes después, ella regresó jugueteando con unas bolas.

- Te parecen adecuadas, querida?- Por supuesto que sí, estas bolas le van a encantar.- Pedro, ven aquí

Pedro se acercó y se inclinó ante ambas mujeres, éstas se miraron y Anas sonrió a su amiga cediéndole el honor. La mujer separó de nuevo las nalgas del perrito e introdujo las bolas una tras otra, mientras Pedro conseguía no inmutarse a pesar del dolor que sentía en su ano virgen.

Gracias Señora –dijo Pedro arrodillándose en el suelo-, por favor, permítame lamer sus zapatos en señal de agradecimiento -y dicho esto empezó a limpiar con su lengua los zapatos de la mujer- Cuando hubo finalizado con el pie derecho, continuó con el otro, hasta dejar ambos brillantes e impecables. Acto seguido se puso en pie, se inclinó ante Anas, que le miraba complacida y le preguntó si podía servir ya el aperitivo, a lo que ella respondió afirmativamente.

Sirvió el aperitivo y después la cena. Ya apenas temblaba sobre los tacones y casi había olvidado las bolas. Llevó los cafés y se sentó en la cocina a esperar instrucciones de su dueña.

Transcurridos unos minutos oyó su voz ronca llamarle y volvió rápidamente al salón. Cuando llegó observó a la invitada apostada en el sofá con las piernas abiertas disfrutando del cunilingus que le practicaba su perra. Anas le preguntó si quería olisquear a la perra y él respondió afirmativamente. Demasiado tarde se dio cuenta de su error, la respuesta correcta habría sido “como Vd. desee, Señora” y su dueña así se lo estaba haciendo notar con su expresión.

Pedro se lanzó a los pies de su Señora disculpándose por tan terrible falta de protocolo y suplicando un castigo, a lo que su Ama generosamente accedió. El perrito se puso en pie, acercó su rostro a la pared y expuso su culo y su espalda para ser castigado. Anas cogió su fusta y le azotó sin piedad durante unos minutos, mientras de fondo seguían escuchándose los gemidos de placer de la invitada.

Cuando se dio la vuelta, su erección era más que evidente. Miró asustado a su Señora, sabiendo que eso no le gustaría.

- Te he autorizado a excitarte, perro?- No, mi Señora, pero no he podido evitarlo- Lo remediaremos entonces

Inmediatamente empezó a azotar la polla de Pedro, los golpes eran menos intensos que los anteriores, pero más frecuentes, no dejaba un espacio del miembro sin apalear, desde la base al prepucio, y éste seguía creciendo inexorablemente. 

- Bien, parece que este remedio no sirve, tendremos que usar otro- Lo que Vd. diga, mi Señora

Ella se acercó a la mesilla del rincón, tomó una vela encendida y se acercó nuevamente. Empezó a verter la cera sobre el pene de Pedro hasta cubrirlo por completo, mientras él gemía y suspiraba cada vez más excitado, disfrutando del momento y la experiencia que tantos deseos tenía de vivir.

Cuando el miembro estuvo cubierto en su totalidad, ella le miró con una malévola sonrisa bailando en sus labios, tomó de nuevo su fusta, y de nuevo azotó su polla hasta que quedó limpia de cera. Acto seguido, le señaló el suelo y el se arrodilló ante su Señora. Ésta abrió la raja de la falda de su vestido y separó ligeramente las piernas indicándole con los ojos lo que debía hacer, y Pedro no se hizo esperar. Acercó su rostro al coño de su dueña y respiró con fruición llenándose de su aroma, sintiéndolo por primera vez. Ella le cogió el pelo y le acercó más aún, presionándole contra su cuerpo, mientras él seguía oliendo y respirando aquel olor intenso y amizclado que sabía que nunca llegaría a olvidar.

Empujó su cabeza y Pedro se estiró sobre la alfombra. Acto seguido, sin darle tiempo a reaccionar o a imaginar lo que vendría, Anas se sentó sobre su rostro y empezó a frotar sus labios vaginales contra la boca de su perrito, quien prestamente sacó su lengua y empezó a lamerlos de arriba abajo, de derecha a izquierda, sin dejar un rincón seco de su saliva. Ella descendió la mano hasta su propio coño, una mano grande, de largos dedos con cuidadas uñas rectas y brillantes, y con esos dedos separó sus gruesos labios para abrirle el camino. Pedro apuntó con su lengua directamente al botón rosado que le ofrecía su ama, mientras introducía primero un dedo, después dos, en la cueva de su vagina ya chorreante. Ella empezó a moverse, a girar, a saltar. Se abrió la cremallera superior del vestido, tomó sus enormes pechos de grandes pezones claros con sus manos y comenzó a acariciarlos y pellizcarlos mientras bailaban al vertiginoso ritmo que su cuerpo estaba marcando.

Mientras, Pedro seguía trabajando aquel orificio empapado, saboreando los flujos que caían sobre sus labios, reciclándolos con su saliva y volviéndolos a usar para facilitar el acceso de sus dedos… cuántos? Cuatro, ya? si seguía lubricándose de esa forma podría acabar metiendo la mano entera. Sería una inconveniencia?, se preguntaba Pedro, pero los gritos de placer de su ama le indicaban todo lo contrario. Finalmente, tal y como suponía, entró toda su mano, pero a ella no parecía molestarle, continuaba frenética su danza ritual. La lengua y la mano de Pedro empezaban a adormecerse, no sabía cuántos orgasmos le había dado ya e ignoraba cuanto tiempo sería capaz de seguir dándole placer a ese ritmo, al margen de lo difícil que le estaba resultando contener su propia corrida.

Por fin, notó por el descenso en la intensidad de sus gemidos que empezaba a sentirse satisfecha y un nuevo espasmo que le salpicó el rostro le indicó que éste sería el último. 


En ese momento Anas le miró con orgullo y le pidió que se masturbara para su ama mientras ella se incorporaba y quedaba sobre él, con un pie a cada costado de Pedro. El perrito empezó a masturbarse, sabía que no podría resistir mucho tiempo su orgasmo y justo entonces, cuando faltaban instantes para que se corriera, su dueña le dio su regalo, una lluvia de oro caliente y sabrosa bañaba su cuerpo al mismo tiempo que Pedro estallaba de placer y rogaba para sus adentros que ese primer encuentro no fuera el único, y no lo fue… pero esa ya es otra historia y merece ser contada en otra ocasión.

Anastasia ©

10.04.2007

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