lunes, 30 de diciembre de 2013

Una clase práctica

(Es necesario explicar, para el buen entendimiento del relato, que cuando se habla de los "hielos" se hace referencia a palos de hielo hechos en molde, de un grosor aproximado de un centímetro y una longitud de unos 20 centímetros. Las "pilas" se refieren a un TENS, aparato eléctrico para aplicar corrientes)

Se conocían hacía ya mucho tiempo. Ella una sádica en ciernes, siempre dispuesta a aprender, a descubrir, a evolucionar, a avanzar y él la estaba guiando en nuevos caminos. El, didáctico, instructivo... masoquista? No lo creo, sólo entregado al bienestar de quien ya era su Dueña. El no disfrutaba del dolor, disfrutaba del placer que su dolor le otorgaba a Ella. Horas y horas hablando a través del Messenger, conociéndose, estudiándose, aprendiendo el uno los gustos del otro y apoderándose Ella poco a poco de la voluntad de él. El esperaba, rogaba, casi suplicaba un encuentro real, pero ella prolongaba la espera, era perfeccionista, quería que esa sesión no tuviera fallos, quería regalarle su fantasía pensando que, sin duda, se la había ganado con su adoración, con su entrega, y ése y no otro sería su premio. El agradecía la demora. Era consciente de que su ansia y excitación no dejaban de agradar y halagar a su Ama y eso era lo único que pretendía, que en todo momento se sintiera orgullosa de su perrito y satisfecha con lo que él estaba dispuesto a ofrecerle. Siempre un paso más adelante, siempre un poco más de esfuerzo…. más dolor.

Finalmente el día llegó, acordaron verse una mañana soleada y calurosa. El pasó a recogerla, nervioso, tenso, temeroso, tal vez. Sabía que Ella no tendría límite, que le exigiría más y más sin dudarlo, sin importarle lo más mínimo el dolor que le pudiera causar, y le asustaba la perspectiva de saber que se lo daría, pidiera lo que pidiera, para Ella no había nunca un no.

Ella, por el contrario, estaba relajada, tranquila. Sabía que él estaba en sus manos, y sabía que no haría nada que pudiera ponerle en peligro, igual que era consciente de que él disfrutaría de todo lo que tantas veces había soñado y eso le daría su pertenencia absoluta, ya no habría dudas de que el perrito era suyo y siempre estaría a sus pies.

El trayecto hasta la casa de él fue silencioso, apenas cruzaron algunas palabras, la emoción y los nervios llenaban el ambiente, cada uno sumido en sus pensamientos, él intentando imaginar lo que le esperaba, Ella negándose a pensar en la sesión que deseaba que fluyera libremente, sin planes, sin estrategias, sin cálculos.

Llegaron a la vivienda y nada más cruzar la puerta, ambos tomaron sus posiciones y se introdujeron en sus roles. Ella le miró con desprecio y le ordenó desnudarse. El, obediente y sumiso, acató la orden.

Todo lo que necesitaban estaba dispuesto sobre una mesa. Alcohol, productos mentolados, otros irritantes, una sonda uretral, un tens con su respectivo mando y un cuenco. Sonriendo y mirándole a los ojos, Ella le informó de que le había llevado un regalo. El, expectante, esperaba mientras su Ama lo sacaba del bolso. Enseguida pudo ver de qué se trataba, un bote que contenía su primera orina de la mañana, la cual vertió amorosamente en el cuenco mientras él le agradecía el detalle.

Colocó el cuenco en el suelo y se sentó en el sofá esperando que él fuera a beberla, lo cual hizo con fruición, después le llamó a su lado. El se sentó observándola, sin saber qué podía esperar… a ella le encantaba esa mirada temerosa, le gustaba saber que le tenía en sus manos.

Ve a buscar un hielo, perrito.
Grande o pequeño, mi Ama.
Grande y astillado, por supuesto –dijo ella, con una bailona sonrisa en su rostro-

El fue a la nevera y volvió con un palo de hielo en sus manos, se lo entregó como quien entrega un valioso tesoro; con ese afilado trocito de agua congelada se entregaba él mismo, se ponía a su disposición para hacerla feliz.

Ella, con un ligero temblor apenas perceptible en sus manos, cogió su pene y empezó a introducir el palo en su uretra. Despacio, mirándole a los ojos, notando como el hielo se iba deslizando a lo largo del miembro, como sus aristas rasgaban el interior, viendo en la expresión de él las sensaciones que eso le producían. Una vez introducido por completo, taponó el orificio y dobló el pene para que el palo se rompiera por la mitad. El gesto del perrito, absolutamente hipnotizado por la situación, reflejó un ligero dolor. Ella siguió rompiendo, el hielo se partía entre sus manos, la sensación era increíble, y él gemía, observaba su pene y la observaba a ella, disfrutando con su placer. 

Otro, perrito.

El no se hizo repetir la orden, se levantó y prestamente regresó con otro palo de idéntico tamaño al anterior y lo depositó en las manos de su Señora.

Ella repitió la operación, éste era más largo y él sujetaba su pene con fuerza en su base bloqueando el paso. Ella se dio cuenta del truco y le obligó a apartar la mano…

No hagas trampa, perrito
Si sigue más abajo, puede clavarse en el esfínter y provocarme una lesión.
Y eso no deberías habérmelo dicho antes? Tú eres el experto aquí, yo sólo estoy aprendiendo.
Sí, mi Ama –respondió él avergonzado-
Pagarás ese error.

Acto seguido empezó a romper de nuevo el hielo con más fuerza que antes, sin piedad, sin compasión, él merecía ese castigo por haber puesto en juego su integridad física y eso era algo que ella no podía perdonar.

Sin dejarle descansar, le ordenó ir a por otro hielo.

Después del tercer hielo, su pene empezaba a gotear sangre mezclada con el agua. Ella, sonriendo cínicamente, le miró acariciándole con sus ojos.

Cariño, eso hay que curarlo, hay heridas y no quiero que sufras una infección.
Sí, mi Ama
Bien, trae la sonda y el alcohol y aprovecha para beber algo, debes tener la boca seca.

El se puso de nuevo a cuatro patas y se dirigió al cuenco donde bebió más orina, después cogió en la mesa el alcohol, una jeringuilla y la sonda uretral. Se sentó a su lado nuevamente, introdujo la sonda, absorbió unos 2 cm. de alcohol con la jeringuilla y depositó ésta en la entrada de la sonda, ofreciéndosela con esa mirada que a ella tanto la excitaba. Miedo, excitación, dolor se entremezclaban en sus ojos. Ella tenía que acariciarse, estaba húmeda, caliente. Colocó su otra mano en la jeringa y empezó a masturbarse al tiempo que inundaba el pene de alcohol. El gritaba, daba saltitos, resoplaba, ella gemía, frotaba, presionaba su clítoris. Necesitaba más.

Más alcohol, perrito.
Sí, mi Ama.

Nuevamente repitieron la operación, ella estaba al borde del orgasmo, los gritos y lamentos del perrito no hacían sino excitarla más y más. Le ordenó ir a buscar otro hielo, extrajo la sonda y de nuevo lo rompió dentro de él. Ahora el pene estaba sumamente sensible, había llegado el momento de las pilas y así se lo indicó.

El, obediente, se colocó la sonda conectada al mando. Le explicó a ella el funcionamiento, éste sube la intensidad, éste marca el tiempo de repetición de las descargas, y se lo entregó.

Ella empezó a jugar con el mando, subía despacio la intensidad, sabía bien como funcionaba y sabía mejor aún el efecto que quería conseguir. Deseaba darle dolor pero también pretendía controlar su eyaculación. Inició su trayectoria a partir del 3, dejó que se acostumbrara y subió al 4, un par de minutos y al 5. Llegados a este punto, empezaba a sentir auténtico dolor y tenía que calmárselo. Le ordenó que se arrodillara y le señaló su coño empapado instándole a comerlo.

Mientras él comía ella seguía jugando con el mando, continuaba subiendo y bajando, permitiendo que se acostumbrara a una intensidad hasta cambiarla por otra que él nunca sabía si iba a ser superior o inferior. Cuando marcaba el 8 él tenía que alejarse, le castañeaban los dientes, era tan hermoso ver como la miraba aterrorizado, temiendo que continuara hasta el 9, pero al mismo tiempo agradecido y satisfecho cuando veía aquella expresión de relax y placer en el rostro de su Ama.

Y mientras, Ella no era capaz ni tan siquiera de gozar. Su goce estaba en la entrega de él, había aprendido a obtener un placer mental incomparable al placer físico, no necesitaba un orgasmo en su sexo para disfrutar, sólo necesitaba tener el poder y sentir la devoción de su perrito para sentirse satisfecha y plena, lo cual consiguió cuando varias veces subió del 7 al 8, del 8 al 9 y nuevamente hacia abajo, hasta conseguir que él gritara “eyaculo, mi Ama, no puedo pararlo”… había aprendido, le había dado lo que quería y se sentía bien. Aun no se atrevería a llamarse Dominante, pero sí sabía que estaba en el camino correcto para llegar a serlo.

Anastasia ©
21.03.2008

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