lunes, 30 de diciembre de 2013

Sensaciones

Ya hacía días que tenía despierta la vena masoquista. Ella era así, por mucho que tantas personas no lo entendieran, funcionaba por impulsos. A veces atravesaba largos períodos con su aspecto dominante y sádico más desarrollado, otras veces aparecía su lado sumiso y masoca, que no siempre iban de la mano pero sí a menudo.

El sabía en qué momento se encontraba su perra, sólo al oirla hablar ya era capaz de interpretar lo que necesitaba y hoy estaba dispuesto a dárselo.

Le estaba esperando medio tumbada en su sofá. Vestía medias negras sin liguero y blusa del mismo color, transparente y larga hasta medio muslo. Un plug insertado en su ano cumpliendo su tarea de dilatación. Una de sus piernas apoyada en la mesa del salón y la otra flexionada sobre el asiento. Abierta y expuesta para él.

El llegó y como saludo le asestó varias bofetadas que la hicieron gemir y humedecerse de inmediato más de lo que ya estaba. Cómo la conocía!. Utilizó un argumento cualquiera para seguir golpeándola mientras ella, sumisa y entregada, le miraba con admiración y agradecimiento por lo que estaba recibiendo.

Pidió un beso y él se lo negó. Lo rogó y él la abofeteó de nuevo. Lo suplicó finalmente y con su voz más dura, mirándola a los ojos retador, le dijo… “gánatelo”.

Ella empezó a acariciar su miembro por fuera del pantalón, gimiendo al notar su dureza. Permaneció unos minutos así, tocándolo con la punta de sus dedos, frotando sus mejillas contra la bragueta, como si no se atreviera a abrirla, cuando en realidad lo que deseaba era postergar al máximo aquel momento para que él pudiera disfrutar de la imagen que le estaba ofreciendo… su orgullosa y altanera perra humillada y suplicante.

Finalmente no pudo resistirlo más y mirándole fijamente fue desabrochando el cinturón, el botón, la cremallera. Su respiración era agitada pero él seguía impasible. Cuando empezó a bajar los calzoncillos, su coño era un charco pero la expresión de él le dijo que no tenía derecho a tocarse todavía… por fin en su boca… podría haberse corrido sólo con esa sensación, pero estaba demasiado pendiente de darle placer a su Dueño como para pensar en ella misma y dejarse llevar.

Permaneció largos, eternos minutos disfrutando de aquel regalo. Jugando, babeando, chupando, succionando, lamiendo y besando aquella tremenda polla que tanto placer sabía darle, cada vez más excitada al pensar en lo que le esperaba. De repente él se cansó de aquel juego y sin pensar, ella demostró su indignación, siendo premiada con una sonora bofetada. La hizo levantarse y la inclinó sobre la mesa colocándose detrás de ella. Se abrió camino con las manos entre los labios de su coño y la ensartó de un golpe hasta el fondo haciéndola gritar y gemir de placer y dolor a la vez que recolocaba el plug que se había caído al levantarse.

La folló durante un buen rato regalándole varios y maravillosos orgasmos y de repente se detuvo. Le ordenó que fuera a buscar su collar y una vela y que se pintara los labios de rojo como una puta. Ella regresó inmediatamente con el collar puesto y los labios pintados, entregándole el cirio a su Dueño, quien la hizo arrodillar y ató sus manos a la espalda con sendas bridas para, una vez inmovilizada, empezar a follarle la boca sin piedad, sin compasión, provocándole arcadas y asustándola con la posibilidad de asfixiarla, mientras ella, inevitablemente, empapaba de sus jugos el cojín sobre el que estaba arrodillada.

Cuando se cansó de taladrarle la boca, la hizo levantar. Sacó una percha de pantalón y pinzó con ella sus pezones, encendió la vela y la puso entre sus dientes, obligándola a bañarse los pechos ella misma. La mujer giraba la cabeza de un pecho a otro, cerraba los ojos a cada gota y levantaba su barbilla para alejar la llama, pero él no se lo permitía, le inclinaba la cabeza más y más de modo que la cera no tenía tiempo a enfriarse en su caída y chocaba con sus pechos, que a la vez él izaba tirando de la percha hacia arriba, haciéndola gemir de dolor.

Le provocó así dos nuevos orgasmos que le hicieron temblar las piernas y nuevamente la hizo inclinarse sobre la mesa y se la folló como la perra que era, azotándole las nalgas, pellizándole los pezones y tirando de ellos hacia atrás, y estirando de su cabello que él mismo había recogido en una coleta.

Permitió que se corriera de nuevo y la arrastró hasta su habitación. La colocó a cuatro patas sobre la cama y le clavó la polla en el ano de un solo golpe. Haciendo caso omiso de sus quejidos empezó a moverse brutalmente, rompiéndole el culo cada vez que salía del todo para volver a embestirla sin piedad mientras seguía azotando su generoso culo, pellizcando sus riñones, apretando sus pezones entre sus dedos, hasta que ambos, al unísono, se corrieron en un mar de flujos y gemidos de placer.

Ella creyó que todo había terminado, pero la sorprendió obligándola a meterse su polla en la boca hasta que ésta se puso dura de nuevo. Inmediatamente la hizo arrodillarse ante él y empezó a orinar sobre su rostro, sus pechos. Ella necesitaba beberle, saborearle, brindarle ese regalo, pero su Amo no se lo permitió. Detuvo su meada, volvió a colocarla a 4 patas sobre la cama y entró en su vagina continuando su micción dentro de ella.

La mujer gritaba de placer, estaba experimentando la sensación más intensa y completa que nunca había llegado a recibir. Sentir su líquido dorado dentro de ella, notar como resbalaba por sus labios vaginales y sus muslos cuando él la sacaba, y volver a sentir en sus profundidades el calor que desprendía el río con el que El la llenaba. Mil escalofríos recorrieron su cuerpo antes de que ella también empezara a orinar de gusto sin poder evitarlo. Sus lluvias se mezclaban entre sus cuerpos sudorosos y excitados. Agua, sal, sudor, orina, flujos, líquidos que se confundían y se unían en una catarata de placer, en una explosión de los sentidos, convirtiendo aquella sesión en una experiencia única que ninguno de los dos olvidaría jamás.

Cuando por fin pudieron despegarse y ella se puso en pie, se miraron a los ojos, se besaron apasionadamente con la fuerza que sólo puede dar la complicidad y la confianza y se fundieron en un abrazo limpio y sereno, emocionados y perturbados por la belleza del instante que acababan de vivir, sabiendo, ambos, que aún les quedaban muchos como ése para compartir.


Anastasia ©

18.09.2007

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