lunes, 30 de diciembre de 2013

Una noche en soledad (o Cuando la mujer vence a la sumisa)

Era una reunión de amigos. Algo informal que se había organizado sólo con una semana de antelación. Pero era importante para mí porque se trataba de la primera vez que acudíamos como Amo y sumisa. Había hecho lo imposible para poder organizar mi agenda de modo que no me perdiera esa cita y tengo que reconocer que estaba algo decepcionada porque él no había podido hacer lo mismo, y tenía que marcharse inmediatamente después de cenar para atender un compromiso profesional urgente. 

Antes de salir hacia el restaurante ya habíamos tenido una discusión sobre ese asunto. Discusión que se zanjó con un tajante “no te pienso tolerar esa actitud de niña caprichosa, sabes lo importante que es mi trabajo para mí, si lo entiendes estupendo, si no lo entiendes te aguantas, pero ni se te ocurra darme la noche o lo pasarás mal”.

La cena transcurrió de forma agradable. Todos nos conocíamos hace tiempo y en el aire flotaban las mismas bromas de siempre. Conocer las últimas novedades en las vidas de unos y otros, y sobretodo reir y pasarlo bien, eran las metas de ese encuentro. Si bien todo el mundo se percató de mi malhumor, dado que yo era habitualmente la persona más escandalosa de la fiesta y aquel día era obvio que no estaba en mi mejor momento. 

Cuando mis amigas me preguntaron que me ocurría y yo, casi inconscientemente, busqué sus ojos, noté la primera mirada de aviso. A él le gustaba que su perra fuera el alma de la reunión. La más deseada por los hombres y la más envidiada y querida por las mujeres… y estaba claro que aquella noche no estaba cumpliendo con mi cometido, lo cual le estaba disgustando sobremanera.

Finalizado el ágape pasamos al salón del hotel donde todos pernoctábamos, a tomar el café y las copas. Aquel día, y más aún después de lo sucedido, me sentía especialmente mimosa y necesitaba los cariños y atenciones que mi Amo siempre me prodigaba. Si bien era más que evidente que seguía enfadado conmigo y para demostrármelo me tenía absolutamente olvidada, prestando atención a todos (y lo que es peor, a todas) menos a mí.

Como era habitual en nuestras reuniones, hombres y mujeres nos separamos para poder dedicarnos a nuestros temas favoritos. Por su parte, estaba enfrascadísimo en una discusión futbolera y mientras yo fingía estar interesada en los últimos cotilleos sobre personas conocidas, le lanzaba disimuladas miradas buscando encontrarme con sus ojos sin conseguirlo, aunque sí pudiendo apreciar que él a su vez miraba de vez en cuando y con sumo interés a una de mis contertulias, lo cual no hizo sino acrecentar mi indignación y malhumor.

Soy boba, me dije, es lo que está buscando. Quiere hacerme pagar mi pataleta y mi falta de atención al no comportarme como a él le gusta. Bien, pues no lo conseguirá, prescindiré de su atención y además continuaré sin ser la ejemplar perra que busca.

Si cambié en algo mi actitud fue para ponerme aún más seria. Apenas participando de la conversación que había vuelto a ser general, y sin mirarle ni mostrarme afectada por su falta de interés. Yo notaba como sus músculos faciales se iban tensando poco a poco y la vena de su cuello se hinchaba un poquito más cada vez que alguna de mis amigas insistía en saber qué me ocurría para que yo no fuera yo esa noche.

No podía soportarlo más, discretamente fui acercándome a su posición y paralelamente a eso su compañero de sofá se levantó y por fin pude sentarme a su lado. Bueno, más que sentarme arrebujarme junto a él, porque quedé situada hecha un ovillo contra su costado derecho buscando el ansiado abrazo que por fin llegó. Instantes más tarde noté su brazo protector rodeando mis hombros y su mano en mi cintura, lo cual me hizo sentir la perra más afortunada de la tierra. Sabía que aún quedaban un par de horas para que se marchara y estaba dispuesta a enmendar mi mal comportamiento durante ese tiempo.

En ese mismo momento el mundo se me cayó encima cuando mi Amo empezó a despedirse del personal. Yo sabía que aún no tenía que irse, le miré interrogativamente y evitó mis ojos. No entendía nada. Le estaba demostrando mi arrepentimiento, le estaba diciendo con mi actitud que iba a arreglarlo y él prescindía de todo eso y decidía castigarme. 

Ahí me descuidé. Mi indignación se estaba haciendo demasiado patente, me estaba enfadando de verdad, y nuestros amigos estaban absolutamente sorprendidos por mi gesto brusco al deshacerme de su abrazo. En esos momentos siempre olvido lo que soy, sale la mujer y aplasta a la sumisa. Sin pensarlo ni un segundo me planté ante él y en un demasiado elevado tono de voz le lancé la pregunta “cómo que te vas? Aún no tienes por qué irte”.

La bofetada que me cruzó la cara no fue fuerte, pero a mí me dolió como si me hubiera apuñalado con su mano. No obstante a ello, cuando pude recuperar la estabilidad le miré fijamente a los ojos (cosa que en esos momentos le desquicia) y le dije retadora “sólo te he hecho una pregunta”. Plassssssssss, otra bofetada, ésta de mucha más intensidad volvió a hacerme tambalearme. Estábamos solos, yo no veía a nadie más. El silencio de nuestros amigos nos rodeaba y sólo se oyó su grave voz decir en un tono suave, casi susurrante “para tí también ha acabado la fiesta, despídete, ve a la habitación y espérame, ya sabes cómo”.

Me despedí de mis amigos, no sé de qué manera, y me dirigí a nuestra suite. Con la ilusión que me hacía esta reunión y la había estropeado totalmente con mi actitud. Ahora mi Amo estaba decepcionado conmigo y eso era lo que más me dolía. Más que mis mejillas rojas y ardientes por los golpes recibidos.

Me desnudé despacio, me puse mi collar azul y me arrodillé en el centro de la sala a esperarle. No habían pasado ni cinco minutos que ya oía abrirse la puerta. Yo temblaba sabiendo que el castigo no había terminado, esperaba que estuviera rabioso e indignado con razón, y estaba dispuesta a asumir lo que viniera.

Como siempre, mi mirada alta, le observaba detenidamente caminar hacia mí. Los hombros encogidos a la espera del primer golpe, pero mi Amo se arrodilló ante mí, me besó los ojos, las mejillas, los labios, mientras me acariciaba dulcemente. No entendía nada, me dejé caer en sus brazos buscando el contacto con su piel y fue entonces, sólo entonces, cuando me dijo:

- Mi perra rebelde, mi diosa. Anulé la entrevista. Me estaba despidiendo porque no podía estar un minuto más sin darte el castigo que mereces, sin someterte y sin poseerte. Quería sorprenderte, pero tú, como siempre tienes que adelantarte. Has de sacar a la Dom, verdad?

Mi cara era todo un poema. Si antes me sentía culpable, ahora me sentía fatal, no sabía qué decir, pero él siguió hablando, impasible.

- Ahora me marcho, antes de subir he quedado con Carlos para una timba de pocker. Pasaré toda la noche fuera. Procura estar lista a las 8 de la mañana, vendré a recogerte a esa hora para volver a casa.

- Por favor, no te vayas

- Sabes que te has ganado un castigo, y sabes que ése es tu castigo. No quiero una réplica. No lo empeores.

Y se fue. Son las 8 menos cuarto y después de pasar la noche en vela, llorando y escribiendo, estoy esperando que venga a recogerme. Se acabó el fin de semana y apenas he podido disfrutar de mi Amo, pero hoy me siento un poco más suya. 


En cuanto llegue le prometeré ser mejor la próxima vez.


Anastasia ©

14.05.2007


No hay comentarios:

Publicar un comentario